sábado, 3 de julio de 2010

EL RELÁMPAGO

Conocí a Florian bajo circunstancias poco usuales. Habíamos sido presentados durante el cumpleaños de una ocasional amiga en común. Desde ese día fuimos como carne y uña. Cursamos juntos meteorología y así como yo sabía claramente el motivo de mi elección, él jamás dudó que ambos seríamos grandes profesionales. Florián siempre decía lo mismo:   “Algún día voy a entender como nadie cómo es que funciona una tormenta”.  Sus afirmaciones al respecto eran tajantes. Era una de las pocas cosas que decía con seriedad, el resto del tiempo daba la impresión de estar completamente loco y la mayoría de sus comentarios siempre me causaban carcajadas estentóreas. La combinación de nuestras personalidades daba como resultado una aleación muy peculiar. Lo pasábamos bien y siempre estábamos saliéndonos de las normas que establecen el uso y las buenas costumbres. Asistir juntos a una fiesta implicaba reírnos de principio a fin, provocando siempre el desconcierto y el asombro; normalmente éramos echados a patadas en un deplorable estado de ebriedad y terminábamos parados en cualquier esquina. Mirando el cielo apostábamos haciendo pronósticos para las horas siguientes.  En mi caso mi vocación nació a muy temprana edad. Siempre sentí curiosidad por los fenómenos naturales y durante mi adolescencia supe que quería ser meteorólogo. En el caso de Florian, por momentos ni él sabía explicar sus motivos reales. Sus argumentos al respecto siempre fueron vagos, sólo insistía con que él entendería las tormentas, y eso era todo. Pero conociendo su multiplicidad de habilidades y la facilidad para asimilar conocimientos que él poseía, yo no dudaba que aquello que se propusiese lo haría a la perfección.  

Algo que siempre me llamaba profundamente la atención de entre sus afirmaciones era su decisión de no enamorarse. Siempre le preguntaba cómo había podido decidir algo semejante, ya que siempre entendí que el enamorarse no depende de la voluntad sino que es algo que simplemente ocurre. Pero él me contestaba parodiosamente que su caso era la excepción a la regla dado que su destino estaba marcado en una dirección que perjudicaría a cualquier persona que se enamorase de él. Al poco tiempo de graduarnos intentamos hacer buena letra trabajando en el laboratorio experimental del Servicio Meteorológico Nacional de la Ciudad de Buenos Aires. Bastó que rechazaran nuestra propuesta de instalar una misilera cazarayos para que todo se nos tornara aburrido. La idea no era una de esas locuras sin precedentes, todo lo contrario, ya que, en Estados Unidos se estaba llevando a cabo un proyecto similar. De todos modos la moción fué rechazada. La serenidad duró poco ya que nos aburríamos bastante, no por nuestro trabajo sino por el clima acartonado que cultivaba el resto de nuestros colegas. Florián tuvo una idea para romper con todo eso. Una noche, champagna de por medio, fué desgranando esa idea, explicándome paso a paso lo que haríamos para ejercer nuestra profesión ganando bastante dinero, divertirnos y ser famosos; todo al mismo tiempo. Cuando terminó supe, ahora más que nunca antes, que mi amigo estaba loco de remate. Su idea consistía en ofrecer al mejor postor un nuevo programa televisivo que tratara sobre todos los fenómenos naturales, seríamos algo así como los cazatormentas de la televisión. Tornados, inundaciones, terremotos y erupciones volcánicas, todo sería mostrado y comentado con vehemencia casi artística y la información siempre estaría matizada por el humor y lo ridículo. Le dije a mi amigo que estaba chiflado, pero él insistía en que yo tenía suerte de estar con él y que gracias a eso me haría rico y famoso. Al decirme esto noté en su mirada una expresión como nunca antes la había tenido, era firme y decisiva, sus pupilas dejaban escapar un leve destello y al mismo tiempo, paradójicamente parecían estar veladas por un leve dejo de tristeza. Un Viernes por la mañana sonó mi teléfono, era Florian para contarme con excesiva exaltación que su proyecto había sido aceptado por la Cadena CWN y que el sábado tendríamos un acercamiento con la producción del canal. La idea les gustaba y ahora querían conocernos. Florian se vistió especialmente para la ocasión. Su look era algo así como una mezcla de payaso y top módel. Era muy gracioso y al mismo tiempo increíblemente original. Yo por mi parte me vestí al mejor estilo conservador: traje, moño y el pelo sujeto con gel. Llegamos al canal media hora antes de lo previsto y en vez de acceder por la puerta de entrada de la administración, Florian me tomo del brazo y con una mirada pícara se deslizó hacia la puerta de entrada del estudio, es decir, el sitio por dónde entran los artistas y los periodistas. Adiviné su intención de querer divertirse aún en esa circunstacia y comencé a reirme como de costumbre. Dábamos una imágen peculiar, él vestido como estaba, actuaba en su rostro una expresión de extrema seriedad; en cambio yo, que vestía con sobriedad no podía dejar de reirme a carcajadas. Llegamos al portal y el guardia de la entrada se interpuso con expresión seria, lo cual encendió más mis risotadas. Florian tomado de mi brazo le sonrió levemente y como si lo conociera desde siempre lo saludó y se abrió paso por un costado, su expresión era formidable. El guardia nos miraba sin saber qué hacer. Cada persona que nos cruzábamos nos saludaba como si nos conociera, nosotros saludábamos de igual modo. El magnetismo y la personalidad de Florian no pasaban desapercibidas, todos lo saludaban con especial énfasis. A cada paso que daba, mi amigo sufría un agigantamiento de su ego que me provocaba una risa ya incontrolable. De pronto, como si hubiésemos conocido el camino, nos encontramos en un hall de acceso a distintas oficinas. En la puerta de una de ellas estaba el nombre de la persona que debíamos ver, obviamente era uno de los productores más importantes de esa cadena televisiva. Entramos por esa puerta y al salir media hora más tarde sentimos que nuestras vidas habían tomado un rumbo completamente nuevo. Acabábamos de firmar un contrato para un programa piloto que se emitiría cada noche de lunes a viernes. Conociendo a mi amigo no me asombró ver con qué destreza y calidad elaboró los veinte minutos diarios de cada programa. Los productores, el personal técnico y la misma audiencia no podían creer que un par de desconocidos, como aparecidos de la noche a la mañana, pudieran hacer una puesta en pantalla tan dinámica y de tan buena calidad de contenido. De hecho llegamos a tener el récord de raiting en esa banda horaria; en una semana todo el mundo hablaba del programa y por las calles todos nos saludaban. Una vez más Florián había tenido razón. Junto a él había alcanzado fama, prestigio y comencé a ganar muy buen dinero, y todo en muy poco tiempo. Fué bueno poder aprovecharlo mientras duró. Dicen que lo bueno dura poco, o para decirlo de otra forma “el diablo siempre mete la cola”. Los acontecimientos que tuvieron lugar a sólo cinco meses de comenzar nuestra nueva vida, lejos de sumergirnos en el olvido hicieron que pasáramos a formar parte de esa especie de mito que trasciende todo lo imaginado. Aparecimos en las primeras planas de los diarios, aunque fué Florián, como siempre, el causante de todo, pero sin saber que esta vez había “comprado” un extraño pasaje sin retorno. Su experiencia sembró el desconcierto, la angustia y la tragedia.  

Cierto día de aquella primavera supimos que por la noche se abatiría sobre la ciudad de Buenos Aires una fuerte tormenta eléctrica. Como el programa iba en directo, mi amigo tuvo la idea de transmitirlo desde una de las azoteas de uno de los edificios más altos de la ciudad. Tomar imágenes nocturnas de la urbe, iluminada por las descargas eléctricas de la tormenta, era algo muy tentador. La producción se encargó de conseguir los respectivos permisos y por la tarde ya estábamos instalados preparando aquel programa especial. Cada vez que aquella  noche fatídica acúde a mi recuerdo, no hago más que sentir terror. Todo estaba preparado y como siempre reinaba el buen humor. Si bien el programa se había armado en el sector cubierto de la terraza, Florian había decidido que en el momento en el que el fenómeno se desatara, (según nuestros cálculos eso ocurriría en el transcurso del programa), él saldría a la terraza descubierta y, paraguas en mano, recibiría a la tormenta. A mi no me gustaba aquella idea ya que nos encontrábamos muy alto y aunque el edificio tenía su respectivo pararrayos, me parecía muy riesgoso exponerse de esa manera. Al mismo tiempo sabía que intentar disuadirlo sería inútil. Florian dijo que no me preocupara, se rió de mis temores y con su típico humor negro dijo que si un rayo alcanzaba a chamuscarlo, el programa quedaría para mí solo. Fué la primera vez que una de sus bromas no me había gustado para nada. Todo siguió tal como él lo había previsto. El programa comenzó como todas las noches. Hicimos comentarios y bromas a cerca del día caluroso y pesado que Buenos Aires habia soportado. De pronto nos hicieron señas desde detrás de cámaras indicando que a nuestras espaldas ya podía verse el inicio de la anunciada tormenta. El programa ya estaba en el aire, Florian tomó la palabra y se aferró de un paraguas cerrado mientras explicaba cómo se producían ese tipo de tormentas, se puso de pié e instó a la cámara para que lo siguiera a recibir la tormenta eléctrica. Yo me quedé sentado observando a mi amigo salir al sector descubierto con un telón de fondo casi sobrenatural. Los relámpagos se sucedían cada vez con mayor asiduidad, mientras mi amigo pedía a la cámara un primer plano del mango tallado de aquel paraguas que había comprado en la feria de San Telmo. De un momento a otro el cielo parecía estar iluminado por las luces de un gigantesco árbol de navidad. Sobre el horizonte se empezaban a ver caer algunos rayos y algunas descargas produjeron fuertes truenos que hacían vibrar la estructura de aquella terraza cubierta. Florian seguía afuera hablándole a nuestros televidentes. La tormenta parecía estar llegando a su punto máximo y comenzaron a caer algunas grandes gotas, entonces mi amigo y colega sonriendo abrió el paraguas y saludando dijo que iríamos a un corte publicitario. Justo en ese momento una descarga en forma de rayo alcanzó la punta del paraguas. El resplandor nos encegueció a todos y el trueno casi nos dejó sordos. Todos corrimos hacia donde estaba Florian. La corriente se había cortado por un instante y volvió nuevamente. Comenzó a llover con fuerza, ví sobre el piso los restos del paraguas chamuscado pero no ví a mi amigo. Todos nos miramos perplejos. El no estaba. Angustiosamente buscaba encontrar algún indicio de su cuerpo quemado pero ante mi desesperacón, no encontré nada. La directora del programa se hechó a llorar y el pánico se apoderó de aquella terraza, el horror se acrecentó cuando álguien sugirió la posibilidad de que el rayo lo hubiese despedido haciendo que cayera al vacío. Llegó la policía y luego una ambulancia, cuyos enfermeros esperaron de brazos cruzados hasta que amaneció. A las ocho y media de la mañana el comisario Brito nos comunicaba que se había rastreado cada sitio que rodeaba al edificio a varias cuadras a la redonda, pero no se había encontrado nada. A pesar de haber cesado la lluvia, el cielo encapotado hacía que la mañana fuese más triste. Apenas habían pasado unas horas desde lo sucedido y ya los diarios de la mañana anunciaban en tapa la fulminante muerte de Florian Pushkin. Yo no podía resignarme a creerlo. Su cuerpo no estaba. Tampoco sus restos. No había un sólo indicio de él. Conociéndolo dejé que mi mente quisiera suponer que esto era una broma más, una representación más de su inacabable faz de improvisador. Esperé ansioso que apareciera desde detrás de cualquier lugar y que con su acostumbrada sonrisa pusiera fin a esta angustia colectiva. Los admiradores del programa estaban consternados, los noticieros salieron a las calles y la gente sólo hablaba del dolor que le causaba la muerte del nuevo ídolo televisivo. Al mediodía ya éramos noticia en todo el mundo. millones de televidentes habían visto la repetición de aquél desgraciado suceso, por lo cual nadie dudaba de su muerte. No era que yo no quisiese aceptarlo, pero la falta de evidencias físicas me intrigaba por demás. El comisario comentó frente a las cámaras que “en estos casos el cuerpo de la víctima suele volatilizarse”. La producción decidió suspender momentáneamente la emisión del programa lo cual me tranquilizó bastante, ya que, aún después de varios días de lo ocurrido no me encontraba en condiciones de seguir yo solo. Para mí continuar era impensable, dadas las circunstancias. Además, sin mi amigo me sentía perdido. Al día siguiente recibí innumerables llamadas de condolencia. Aunque no los contestaba podía oírlos a través del contestador. Por la tarde, mientras conversaba con Julia, nuestra productora, entró una llamada que nos alarmó, el hombre dijo que era físico-matemático y que no estaba de acuerdo con las declaraciones del comisario, dejó un teléfono y cortó. Julia me miró con sorpresa y luego de un breve silencio ambos decidimos llamarlo. El hombre en cuestión fué muy gentil al explicarnos con detalle por qué un rayo jamás puede volatilizar a una persona y que él no conocía ningún caso en el que la descarga empujara a la víctima a más de un metro. El científico aseguró que la lógica indicaba que Florian debería haber quedado arrojado sobre aquella  azotea. Hizo un breve silencio y luego aseguró que ante la ausencia de dicha evidencia la otra única posibilidad era que haya desaparecido. Le pedí que fuese más claro. Dijo que según sus cálculos, una descarga de esas características podría haber cambiado la carga eléctrica en los átomos de las moléculas del cuerpo de mi amigo, tras lo cual simplemente desaparecería. Hizo otro silencio. Yo insistí que si existía esa posibilidad  ¿Dónde se encontraba Florián?  Dijo que por el momento eso no lo podía responder, pero que yo no debía dudar que mi amigo no había muerto sino que había sufrido un fantástico cruce hacia otra realidad quizás paralela, quizás infinita. Quedando a mi disposición se despidió deseándome suerte. Julia y yo quedamos mudos de asombro. Le dije que era imperioso ver el video de aquel último programa. Sabía que revivir aquello sería inmensamente doloroso, pero debíamos revisar todo detenidamente. El camarógrafo en persona nos trajo la cinta y se unió a nosotros. Vimos varias veces aquél momento trágico, pero el destello de la descarga eléctrica no dejaba ver casi nada. Florián estaba allí un segundo antes de caer el rayo, al segundo siguiente sobrevino el apagón y luego todo había terminado. Julia no podía contener sus lagrimas. El camarógrafo rebobinó la cinta una vez  más y dijo que quería ver la escena en cámara lenta, cuadro por cuadro. Ahora sí pudimos ver algo increíble. En el cuadro anterior al contacto del rayo con el paraguas, algo extraño ocurría en el cuerpo de mi amigo, era como si hubiera perdido nitidez, se veía casi transparente. En el cuadro siguiente el rayo casi toca la punta del paraguas y para entonces gran parte de su cuerpo ya no existe. En el cuadro siguiente, aunque el resplandor ya es formidable, el paraguas aún se vé, pero Florian ya no está allí. Este descubrimiento nos aterró. Además de confirmar lo que había dicho el científico, ahora sentía una inmensa sensación de impotencia. Ahora sabíamos que este extraordinario amigo no había muerto, al menos no en el sentido en el que se entiende “morir”. Había desaparecido de esta realidad, pasando quizás a otra dimensión del tiempo y el espacio, quizás a un mundo paralelo o quién sabe, talvez estuviera allí mismo entre nosotros sin que pudiéramos vernos el uno al otro. Su propia predicción se había cumplido:  había conocido como nadie el interior de una tormenta. Quizás la tormenta se lo había llevado, quizás ahora él formaba parte de aquél portentoso fenómeno de La Naturaleza, atrapado en la quinta dimensión, en la cual todo se repite incesantemente, una y otra vez hacia el infinito. Quizás Florian fuese ahora prisionero de la eterna recurrencia. Desde aquél día espero ansioso la formación de tormentas eléctricas y a veces viajo cientos de kilómetros para acercarme al lugar donde sé que habrá una. Contemplo la energía tremenda que la produce. Puedo ver el fenómeno como a un ente con vida propia. Miro y espero ver en sus descargas alguna forma que se parezca a mi migo; algún rayo que me recuerde su carácter; algún destello que me responda en cuál nube vive la sonrisa de Florian Pushkin.  



Autor: Rodolfo Eres Mitro 


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